domingo, 21 de marzo de 2010

La ranita presumida.



Todos los días, la ranita verde se pintaba las uñas de color carmesí, se colocaba en la orilla de la charca y croaba llamando a su príncipe. Y digo bien, su príncipe, porque tal y como sucede en los cuentos (y la ranita vivía en el país de los cuentos) la ranita era en realidad una princesa.

Había pasado tanto tiempo desde que se convirtió en rana, que a veces hasta se olvidaba de su verdadera personalidad, se sumergía en la charca y olvidaba su cita diaria con su príncipe.

Hoy, recordó que ella era una princesa, y cuando el sol empezaba a caer, saltó de la charca y se colocó en el centro del camino por el que tendría que venir su apuesto príncipe.

El príncipe, como todos los días, se acercó a la charca, se sentó en su orilla y se dedicó a contemplar su reflejo que tanto odiaba.

La ranita, pensando que ya estaba bien de ser rana, saltó todo lo que pudo hasta caer en los brazos del príncipe, le miró dulcemente y le cantó pidiéndole desesperadamente el beso que tanto ansiaba, el beso que había de transformarla en princesa.

Tanto insistió la ranita que el príncipe, después de acariciarla unos minutos, por fin la besó.

La ranita, que ya se había convertido en una princesa, se despidió de su príncipe con un gran croag, y feliz y contenta saltó de los brazos sumergiéndose en el centro de la charca.

Ahora ella era la princesa de la charca, y sería la envidia de todas las demás ranitas que no eran más que eso, ranitas.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Desierto olvidado


Paseo por el desierto. ¿Por qué?. No sabría decir porqué.
Oí decir a alguien que el desierto se ha secado, del todo, definitivamente, que ha muerto, que ha acabado con todas las formas de vida que lo habitaban...y no me lo creo...y no me lo quiero creer...

Y aquí estoy, en medio de este desierto, sentada sobre una duna. No hay palpitaciones, no se oyen latidos, las dunas duermen...¿Será cierto que el desierto ha muerto?...
Me arrodillo. Mis manos se clavan en el suelo buscando una respuesta. No hay agua, sólo arena. No hay latidos, sólo arena. No hay nada, sólo la arena.

Salgo corriendo, busco, algo tiene que quedar...

Las dunas se van haciendo más y más pequeñas cada vez.

Por fín! Algo vivo a lo lejos. Hay un dromedario blanco. Está llorando. Llego junto a él y lo acompaño en su llanto. No hay nada que hacer. El desierto ha muerto y no tengo nada que ofrecerle, salvo mi llanto.
Cuando se me acaban las lágrimas me dejo caer al suelo. Mis fuerzas y mis esperanzas se han ido con mis lágrimas, se las ha tragado el desierto. Es entonces, cuando acaricio el suelo, cuando decubro la alegre verdad.....el desierto no ha muerto, el dromedario lo ha curado...sus lagrimas están alimentando el brote de una palmera que nace en la arena.